miércoles, mayo 04, 2005

Truffaut y la crítica

A mí me cuesta mucho hacer críticas de películas porque no se me ocurre nada que decir que suene definitivo. Ya he dicho alguna vez que no estoy en contra del análisis: me gusta el análisis y la síntesis, pero que sí me cansa mucho dictaminar, juzgar si algo es bueno o malo y sobre todo despreciar lo que no me gusta. Porque no creo que mi criterio ni mi opinión sea más válida que la de cualquier otro. ¿Que algo no me gusta? No hay problema en decirlo. Pero de ahí a igualar lo que no me gusta con la categoría "malo" va un trecho muy largo.
Veo que algo no me gusta y veo también que, sin embargo, sí le gusta a otras personas. Si rápidamente dictamino que esa cosa es mala, eso parece indicar que también esas personas son tontas por no darse cuenta. No estoy tan seguro de mí mismo como para considerar alegremente que quienes no tienen mis mismos gustos son estúpidos, así que modero mi juicio crítico. Por otra parte, ¿es realmente importante mi dictamen acerca de un libro o una película? Por supuesto que no. Uno no está obligado a dar siempre una buena conclusión o expresar un juicio categórico. ¡Qué fatiga! Y después, ¿para qué? Si dentro de cinco años nosotros mismos habremos cambiado de opinión y ya no nos gusará alhgo que nos gustaba hoy o empezará a gustarnos algo que detestábamos. Eric Rohmer decía que cuando era un crítico de la nouvelle vague atacó Monsieur Verdoux de Chaplin, pero que ahora le parecía una obra maestra. Así que seguramente se podía haber ahorrado la virulencia de antaño. Cualquiera que hubiese leído aquella crítica pensaría, si tenía respeto por la opinión de Rohmer, que no merecía la pena ver Monsieur Verdoux. O, lo que es más probable, entraría en la sala a ver Monsieur Verdoux con la opinión ya casi formada, porque resulta difícil apreciar algo si te ha dicho antes alguien, al que consideras inteligente, que no vale nada.
Ya he escrito sobre este asunto varias veces. Por ejemplo, a propósito de un delicioso texto de Musil (Un principio de la más excelsa crítica). Creo que es mejor pecar por exceso de halago que de desprecio. Es mejor decir que algo te parece delicioso y que después a otro no se lo parezca, que a la inversa. Ahora me ha sorprendido leer en una entrevista a Truffaut que él opinaba, al menos en 1981, lo mismo que yo: "Creo que al examinar el trabajo de otro, habría que abstraerse, aceptar el sistema elegido por el otro, intentar entrar en su juego y no comentar sino lo que nos gusta". Que un director y crítico diga esto, me parece excelente. En cualquier película, en cualquier libro hay montones de cosas que chocan con nuestra manera de pensar, con las ideas que tenemos acerca de cómo debe ser una pelicula o un libro. En cuanto encontramos uno de estos detallitos, nos cargamos la pelicula entera. Pero las películas, los libros o cualquier creación artística no se hacen para complacer nuestros criterios acerca de la forma o la estética, sino que nos proponen, como dice Truffaut, un juego. Y casi siempre depende de nosotros jugar o no a ese juego. Si desde el principio somos reticentes a jugar, no vale la pena que nos gastemos dinero en comprar la entrada del cine. Me parece que, como decía Oscar Wilde, a la obra de arte hay que entregarse, rendirse, dejarse que te domine y te posea. Y después, si se quiere, también se puede opinar, por supuesto. Opinar es también un entretenimiento delicioso. Pero ha de haber una rendición previa, una suspensión temporal del juicio crítico. Yo creo que muchos se saltan la fase previa y van directamente al análisis, incluso antes de ver lo que van a analizar.